En estos días que corren, acercarse al fatalismo no es algo que nos venga ajeno. Es más, surge como un resorte cada vez que plantamos los pies en la tierra, independientemente de la generación a la que pertenezcamos. Pero este baño realista, no es nimio o recurrente sino que denota la certeza de una necesidad de evasión que recuerda a los tópicos retóricos reflexivos sobre la finitud de las cosas.
El instante, la fugacidad y lo transitorio se manifiesta mediante el uso del concepto “congelado” que se fundamenta, en este caso, en la captura de la imagen fotográfica o con la configuración de unos contemporáneos bodegones del recuerdo que nos retrotraen a las vanitas.
Parece hablar del instante y del fragmento recogido en una cápsula. De este modo, el trabajo de Chanivet (Puerto Real, Cádiz) es metafísico, simbólico y complejo. cargado de un significado personal y bello que invita a la introspección del deleite, y nos sumerge en un universo trascendental que aluden a la caducidad del momento.
Esta cuestión valiosa no es etérea pues, tras ella, esta visión poética se torna sensata, comprometida, política, como si de alguna manera, llevasen el tempus fugit a la posverdad, convirtiéndose en comunicador falaz que a través de lo correcto, lo mudable y lo fugaz promueven la perspectiva y la confianza.
Si observamos detenidamente, podemos distinguir los planteamientos que lanza a través de los elementos que aparecen: ideas basadas en las cosas, elementos que aparentan ser inconexos pero que conllevan una intencionalidad elocuente a través de un despliegue de formas, objetos y fragmentos que apelan al despertar de los distintos sentidos: espectacularidad, alevosía y pensamiento barroco.
Pero el contexto es muy distinto, porque en un mundo global e hiperconectado lo cognitivo- racional cede su lugar a lo cognitivo-emocional, y con ello, otorgan fortaleza a los símbolos, que atrapan con violencia a los sujetos anhelantes, súper-informados y descorazonados, mientras que ellos, ajenos a todo, abrazan de manera pertinente lo que encuentran en su entorno y les llega en clave de verosimilitud, un aspecto que, por otra parte, siempre fue ajeno al arte.
Se plantea como un posicionamiento existencial en el que la diversión y el estupor suponen dos vías de escape al abordaje de los problemas de la verdad. Así, estas dos cuestiones, que acaban impregnando a estas imágenes, sirven como reflejo de una época turbada y desengañada pero que se torna positivista mediante la creación artística, reflejado con tintes de ilusión, teatralidad y sentido paradójico.
Comisaria de exposiciones e investigadora de arte contemporáneo.