Razón o sinrazón, realidad o ficción, drama íntimo o comedia bufa, subversión de las imágenes que, agolpándose, irrumpen en nuestra mente, traspasan el umbral de los recuerdos o se manifiestan en el cuerdo nudo de los sueños. Así lo veo, así percibo este escenario que José Antonio Chanivet despliega ante nuestros ojos y que sacude nuestra memoria. Carne adobada, en fin, tal cual él, él mismo, manifiesta, experiencias e individuos un tiempo olvidados y luego recuperados que, como con el alimento ocurre, falsean o realzan la realidad íntima de un lugar ya lejano y de un momento acaso feliz por lo intrascendente pues lo circunstancial no pocas veces manda más que el acontecimiento señalado. Y sí, ése es el aderezo de nuestra existencia, al menos de la vida retornada por segunda y tercera vez con los testimonios y en los sueños.

Dicen que éstos transcurren en blanco y negro. Yo aún no termino de saberlo y eso que sueño mucho, incluso despierto. Puedo afirmar, sólo personalmente, que mi pasado se apoya más en esta monocromía aunque, de seguro, motivada por el rancio cine y la fotografía de antaño, celuloides en blanco y negro, mágicos negativos en su caso que, así lo imaginaba, atesoraban una realidad que, en el consiguiente proceso, en ese alquímico positivado, corría el riesgo de revelar y desvelar una decepción, el final de un recorrido, de una promesa incumplida. Prefería el insinuante negativo que, como un buen boceto, prometía la verdad auténtica y no la aparente visión del cuadro final. Con el positivo definitivo, la “foto”, perdíamos la magia, el encanto, y se subvertía la esencia de las cosas representadas. Sólo quedaba el adobo, rebozo o cáscara, ocultación.

Chanivet, pues, artista total, artesano, me hace retornar a ese punto, a ese mundo cada vez más lejano donde la técnica maestra del carboncillo, resuelta en infinidad de matices, incide dolorosa, acremente, en nuestra retina y, por ende, en nuestra sensibilidad para recordarnos que toda existencia, y más la vivida, es fingimiento, es pasado y, por qué no, una constante ironía, el sarcasmo de lo que fue y tampoco llegó a ser. En suma, nos hace revivir un pasado pero, como en la playa bajo las negras gotas de una lluvia irreal, burla amarga lúcidamente plasmada por el pintor, el recuerdo no tiene más validez que la que otorga una cámara de pega. Igual de lúcidas son las máscaras, máscaras una sobre la otra donde autor, artista, y personaje se funden en uno mismo, en mensajero de un colectivo de héroes anónimos, cabras, titiriteros, familiares y muñecos paracaidistas.

Y si los recuerdos, como la propia realidad, a veces, en su retorno nos torturan o, si poco, nos engañan, la propuesta de José Antonio Chanivet, carne adobada, en este caso por lúcida, también nos golpea, nos sacude con violencia. Es incisiva, no insípida ni banal, puede llegar a ser irritante porque a la ironía, que es mucha, suma ingenio e ingenuidad, parodia de la existencia, provocación postmoderna, novedad y autenticidad. Y, desde luego, a esto añade riesgo, riesgo porque, al igual que otros tantos creadores con temperamento de artista, Chanivet, descartando el condicionamiento que impone lo público, la exhibición que resulta mínimamente respetuosa con los gustos colectivos, desnuda su propio yo, su experiencia o conciencia de la existencia ya vivida, para abrirnos los ojos y la mente, en blanco y negro por supuesto, para que nos autoanalicemos, para que nos riamos de nosotros mismos. Hagámoslo. El espectáculo, carne adobada, está servido: plato y cuchillo, de carboncillo, en blanco y negro por supuesto, no nos van a faltar. Buen provecho.

Fernando Pérez Mulet

Encuadres de una vida

El gran Manolo Alés me enseñó a que en lo artístico, lo mismo que en otras ciertas facetas de la vida, había que confiar en la primera mirada, tener muy presente lo que tu instinto te dictaba. Vengo a referirme de esta forma en la presentación de un catálogo porque comenzarlo a hacer teniendo presente la figura de Manolo es, siempre, justo y necesario – y tratándose de la obra de José Antonio Chanivet, en quien tanto él confiaba, infinitamente más -, sobre todo, porque al primer contacto con la obra de este artista hace, ahora, veinticinco años, ya, algo me anunció que detrás de aquellas piezas, unos poderosísimos dibujos de tuercas, tornillos y grifos, había un artista con mayúsculas. Cuando le hablé a Manolo Alés de él, me confirmó que estaba en lo cierto. El gran maestro de La Línea había tenido la misma intuición. Después de estos años, el artista puertorrealeño, se ha convertido en uno de nuestros mas significativos hacedores, dominando, con verdadero entusiasmo creativo, todo lo que hace y, si no fuera por las absurdas veleidades y arbitrariedades que existen en el Arte – también por haber tenido la mala suerte de tocarle en suerte este tiempo de tanta sequía económica y de claridad de ideas -, José Antonio Chanivet estaría, por méritos propios, en lo más alto de la creación plástica nacional. Porque lo creo y estoy convencido de ello, así lo constato.

A José Antonio Chanivet lo artístico, en sus distintas facetas, lo ha puesto desde el principio muy a prueba; demasiado diría yo, con la poca exigencia que ha habido para otros más privilegiados. Ante tanto rigor, sin embargo, nuestro autor ha planteado duras batallas a un Arte exigente y con infinitos senderos en los que había que plantear un recorrido muy bien provistos de sentido creativo. Desde aquellos extraordinarios dibujos y grabados, prototipos garantes de lo que hoy contemplamos y que nos abrían las máximas compuertas de la admiración, hasta su obra adscrita a lo más puramente conceptual con poderosos argumentaciones de profundos compromisos estéticos vinculados a una modernidad exigente, pasando por sus importantes planteamientos con el diseño como especialísima entidad estructural, la obra de este artista transita por las coordenadas de un trabajo cuyo desarrollo constitutivo está absolutamente formalizado con seguridad, rigurosidad y suma pulcritud; nada se deja a una mera posición azarosa, automática o sin mero fundamento creativo. Eso lo tuvo claro José Antonio Chanivet desde un principio; la realidad artística, aparte de lo que considere conceptualmente, debe mantener unos postulados plásticos adecuados, con un organigrama estructural perfectamente acondicionado para que todo permanezca sujeto a las lógicas y siempre exigibles normas de un Arte justo en fondo y forma. Y este artista lo lleva a su máximo estamento.

La obra que ocupa este catálogo y por el cual se ilustra una exposición en la antigua iglesia de San José de Puerto Real, la sala cultural de la población gaditana, ya, con muchos años como espacio expositivo, no sitúa ante un Chanivet poderoso, acertado, mostrándose como un dibujante exquisito, elegante, sin vacilación alguna, convincente y convencido, sabio manipulador de la línea y contundente con la mancha y, sobre todo, hacedor de unas imágenes que, aparte ya de su determinación formal, de esa arquitectura sustentante salida de la fortaleza del dibujo, nos plantean unas historias personales donde su realidad cotidiana juega una función definitoria. El discurrir como artista y como persona, extractos de una vida que se convierten en iconos de una existencia marcada por lo artístico, por mínimos esquemas, muchos de ellos con una fuerte carga doméstica, que resume una realidad sencilla, inmediata y llena de entrañables circunstancias son algunos de los registros que circundan la obra de esta muestra. Pero, los dibujos de Chanivet no son meras transcripciones de una escenografía de lo simplemente concreto; el autor gaditano envuelve la representación de unas marcas desvirtuantes que, no obstante, mantienen los lazos de unión con esa existencia a la que acude como entrañable referencia y que las marcas dibujísticas, con su propia estructura formal, acentúan y evidencian.

De nuevo nos encontramos con la esclarecedora obra de un Chanivet, supremo artista de la verdad; ahora sabio dibujante de una realidad que ilustra una vida con marcas pararreales que, desde esa esencial mediatez, abren las perspectivas para desentrañar un mundo de vivencias.

La intuición, aquello en quien tanto Manolo Alés confiaba, nos llevó a descubrir un importantísimo artista hace más de dos décadas. Ahora, cuando su vida artística ha alcanzado ese estamento donde la joven madurez permite establecer un Arte seguro y transitar por rutas muy bien trazadas, donde encuentran acomodo las más variadas circunstancias plásticas y estéticas, volvemos a situarnos ante los límites creativos de un artista total, que convence con un trabajo sustentado por la verdad artística que lo ha guiado y llevado a ejercer una obra sin reveses, sabia, auténtica, llena de carácter, sentido y emoción. Con José Antonio Chanivet la intuición no podía ser esquiva.

Bernardo Palomo

He presumido tantas veces ya de mi amistad, mi profunda y sincera amistad, con José Antonio Chanivet, que hoy no voy a empezar por esos derroteros. Tampoco es mi intención extenderme más de lo estrictamente necesario. Seguramente este catálogo cuenta ya con textos más extensos y mejores que éste.

Sí me gustaría hablar del Chanivet dibujante. José Antonio es un artista completo (creo que solo le falta cantar y el trapecio, pero tiempo al tiempo…) y siempre he admirado de él su manejo de las distintas técnicas artísticas, su dominio de los formatos, su versatilidad con los materiales (desde pigmentos y resinas al carboncillo sobre el papel), además de su profundo conocimiento y amor por el arte moderno y toda la cultura contemporánea. Hemos hablado mucho de artistas, de exposiciones, de obras concretas, de tendencias, de publicaciones, de papeles (ay, esos papeles que nos enamoran)… Sé que puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que ambos nos conocemos bastante bien. Y, sin embargo, a pesar de ese profundo conocimiento mutuo que compartimos, asomarme por primera vez a una de sus obras, a cualquiera de sus trabajo, me produce cierto hormigueo en el estómago, casi como el nerviosismo del niño antes de abrir la puerta del salón donde esperan los juguetes en la mañana del 6 de enero. Nunca, jamás, una de sus obras me ha dejado impasible; me encantan sus pinturas, su obra gráfica… aunque he de confesar que, como se suele decir, muero con sus dibujos.

Últimamente también ando dibujando un poco. Quizás por eso pueda parecer que me fijo en las formas de sus trabajos, en la aplicación de la técnica, en cómo resuelve tal o cual problema de luces o sombras. Y sí, es cierto que, procurando aprender siempre de su maestría, afino la mirada cuando estoy frente a cualquiera de sus dibujos, pues soy consciente del potencial didáctico de ese momento mágico. Sin embargo, no todo es forma en la obra de Chanivet. Para nada, más bien todo lo contrario. Si impecable es su factura, si uno puede pasar ratos contemplando cada uno de los trazos que conforman todos y cada uno de sus dibujos, aún lo es más el trasfondo que podemos encontrar si traspasamos la frontera de la materia, de lo tangible, y nos dejamos llevar de la mano de su mundo interior.

Todos hemos conocido en casa de nuestros padres esas latas de carne de membrillo donde se guardaban fotografías antiguas. La mayoría descoloridas, en tonos apastelados, casi enamorados del sepia, cuando no en puro y duro blanco y negro (nunca me gustó esta expresión, ¿qué pasó con los grises?), sobre papeles de alto gramaje y grano. Todos hemos visionado en innumerables ocasiones los álbumes de fotografías de nuestros padres, reconociendo a unos y preguntando curiosos quiénes eran esos desconocidos que nos miraban desde el papel fotográfico (en realidad, ¿quién mira a quién?). Sin embargo, solo José Antonio Chanivet es capaz de encontrar en esas imágenes antiguas el caudal y la potencialidad artística que poseen. Basta una simple manipulación, quizás tan solo una decapitación de sus protagonistas, y, por supuesto, el buen hacer del artista, para que estemos ante una fantástica obra de arte, que, al momento, nos cuenta mucho más de lo que hacía esa misma imagen fotográfica.

Empecé diciendo que no quería extenderme y ya ven. No quiero contar más, sería casi como desvelar el final de un thriller en una sala cinematográfica. Tranquilos, no les diré quién fue el asesino, es mejor que los descubran ustedes mismos. ¿Cómo?, es bien fácil.

Sitúense frente a cada dibujo de esta exposición y abran sus ojos. Todo lo demás vendrá solo.

Paco Mármol

Sala de Exposiciones Iglesia de San José. Puerto Real, Cádiz. Octubre 2014.