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JOSÉ ANTONIO CHANIVET. La voz de la conciencia
No será más audaz el más hermoso
y no tendrá la belleza otro atractivo que la percepción sutil de cada arcano
(Juvenal Soto)
Es bueno para la salud artística de esta ciudad que hasta sus espacios expositivos vayan lle- gando artistas de contrastada calidad. Es cierto que tal cosa está sucediendo de forma continua- da y que, poco a poco, el espectador jerezano puede entrar en los presupuestos más clarifica- dores del Arte Contemporáneo. Por eso esta exposición que ahora ocupa la Sala Pescadería va a confirmar que estamos en el buen camino y que la auténtica modernidad artística se está haciendo presente en un Jerez demasiado necesitado. José Antonio Chanivet es uno de los más firmes valores de la pintura andaluza. Lo es desde hace tiempo, aunque muchos de nuestros insig- nes valedores no se hayan dado cuenta de ello o lo hayan hecho demasiado tarde. Lo cierto es que este artista ya está en Jerez. Antes lo había estado muy de puntillas – Certámenes de la Confederación de Empresarios, del que este año ha sido uno de los ganadores -. Demasiado poco para un artista que ha ido ofreciendo calidad desde un principio, que nos ha situado en los esquemas de la verdadera modernidad y que ha confirmado que la pintura no tiene estrictos compartimentos sino que está abierta a las máximas circunstancias de una plástica en absoluta expansión. él fue de los primeros y de los mejores que por esta zona utilizó las nuevas tecnologías para la conformación de un trabajo que, ya entonces, se presentaba sin cortapisas y sin complejos. Supo darle autenticidad a los medios y marcó muchas rutas para que otros – menos avezados – pudieran comenzar a caminar. Por eso José Antonio Chanivet es un artista necesario al que hay que tener muy cerca para saber a qué atenernos.
La exposición nos conduce por una obra meditada, donde nada ha sido dejado a la improvisación y en la que todo está perfectamente engarzado hasta conseguir un conjunto totalitario, sin fisuras y lleno de pureza pictórica. Estamos ante una obra madura de un autor joven. Paradoja que aquí está perfectamente justificada porque estas obras son productos de un profundo análisis de una realidad globalizada, en la que tienen cabida los parámetros de una pintura con mayúsculas, trasunto de los grandes esquemas que la hicieron grande, los preclaros planteamientos de un diseño esclarecedor, argumentado con precisión por el que es uno de los máximos hacedores de esta nueva posición artística y, aglutinado en un perfecto maridaje donde todo tiene su correcta y exacta posición diferenciadora. Pero ello no sería determinante si toda la escena no estuviese perfectamente configurada desde una posición conceptual que apoya los registros de esa mágica partitura de emociones que son cada uno de sus trabajos.
Chanivet nos adentra por un mundo de imágenes, por un campo interpretativo donde relaciones imposibles establecen arbitrarios juegos de intenciones. Su pintura está como la vida misma, poblada de múltiples referencias a las que sólo engarzan posibles circunstancias sacadas
de una realidad aleatoria. A veces nos encontramos unos campos cromáticos salidos de la mejor pintura de acción que suscriben espacios donde se van a disponer todo tipo de escenas sin ninguna clara intención significativa – o si se quiere con toda la del mundo -. Otras, simples referencias textuales desgranan un mensaje esquivo con vocación de perpetuidad. En ocasiones, imágenes extraídas de una memoria mediata manipulan un discurso fácil hasta convertirlo en un capítulo de presencias y ausencias. En el mismo sentido nos encontramos con retazos de un Chanivet pretérito, ya sabio ejecutor de profundas emociones plásticas, en el que se adivina los registros de una pintura valiente, distinta y abierta a todo y a todos. Pero cuando el artista se siente dominador, cuando la pasión creativa afluye sin cortapisas y alcanza la cima de un arte verdadero y sin complejos es cuando el diseño aflora para someter la realidad pictórica a sus sabios argumentos. Aquí todo subyace en unas coordenadas de exactitudes, en unos escenarios diáfanos donde la pintura moderna alcanza su suprema potestad y mantiene expectantes las vías más amplias de una creación artística sin límites.
José Antonio Chanivet llega a la Sala Pescadería por derecho propio – quizás lo tuvo que hacer con anterioridad, para ello su pintura poseía todos los máximos valores -; es el autor valiente de un arte sosegado que ejecuta, con precisión, los más altos valores de una creación hacia delante.
Chanivet es artista importante porque su patrimonio lo avala; pero sobre todo es un hombre justo, una persona con mayúsculas que se mantiene al margen de las patéticas justas que enfrentan a los pobres hacedores de un arte que necesita muchos artistas como éste.
Bernardo Palomo
Llegado a un determinado momento de la vida uno se ha terminado convirtiendo básica- mente en un descreído; ha abandonado los pinceles que antes empuñara con furia, se ha incorporado detrás de las trincheras que en su día levantó con sus libros para ahora sacudirse con parsimonia el polvo que con demasiada facilidad se acumula en esos estudios bohemios y no atender a otras revoluciones que no sean las que registren los motores de los coches más potentes ni contemplar otras rimas que las que reflejen los números de los extractos bancarios, mejor si terminan con sonantes.
Un día imprevisto recibo la invitación de mi amigo Chanivet que expone en una galería de la ciudad. Con una inercia blanda acudo a su llamada porque le tengo un gran respetocomo pintor y como amigo, y retomo de esta forma costumbres ya perdidas por miedo a tropezar de nuevo con esa triste fiera enjaulada que es el arte actual, girando obstinadamente sobre sí misma. Duele esa indolencia lo denominan también madurez“ que te impide creer como antes, apasionarte como cuando se era el pintor que buscaba en el arte respuestas, pero que solo consiguió volver con más preguntas.
Así, me encuentro ante sus nuevos cuadros y me extraña, al principio, que ese blanco tan familiar, tan suyo aparezca ahora conquistado en sus esquinas por colores saturados dispuestos con maestría. Me asombra la precisión de esas pinceladas brillantes que, aunque en gran medida azarosas, resultan extrañamente perfectas. Disfruto con la mezcla bastarda de sus imágenes, admiro la belleza de esos palimpsestos que me hablan de historias tan cercanas… Sin ser muy consciente, voy acercándome cada vez más a las pinturas y me sorprendo escrutando los laterales de los lienzos, de la misma guisa en que otros aficionados intentan descifrar el arcano de la técnica del pintor en ese pequeño abismo.
De repente, estas pinturas convocan mis sueños y mis ilusiones pasadas y noto que la garganta se me atenaza, que, por cierto, es la máxima emoción que me permito en los lugares públi- cos porque fui educado en el control de los sentimientos en este tipo de espacios. Siento que debería haber sido yo el autor de esos cuadros, que esas obras me han sido robadas, que crece dolorosamente mi lista de obras que comprende este expolio sentimental, al que de una manera más llana debería aprender a llamar envidia.
Sería una forma demasiado amarga de terminar este escrito si no se dulcificara con el pro- fundo orgullo que siento por mi amigo Chanivet… aunque se empecine en titular sus obras en inglés.
Fernando Pinteño